
Durante más de tres décadas, decir Vogue en Estados Unidos fue sinónimo de decir Anna Wintour. Su silueta inconfundible, su frialdad quirúrgica y su olfato infalible para la cultura visual no solo moldearon una revista, sino que definieron el ritmo completo de la industria global. Hoy, tras 37 años al frente de la edición estadounidense, Anna Wintour se despide de su cargo como editora en jefe de American Vogue.
Aunque permanecerá como directora global de contenido en Condé Nast y conservará el liderazgo editorial de Vogue International, la salida de Wintour de la versión norteamericana marca un giro tectónico en el universo editorial. Por primera vez en casi cuatro décadas, la revista enfrentará la página en blanco sin su lápiz rojo.
Wintour llegó a Vogue US en 1988 y desde entonces transformó el medio en una plataforma de poder: para diseñadores emergentes, para celebridades en ascenso, para tendencias que apenas comenzaban a rozar el aire del mainstream. Fue ella quien colocó a modelos y actrices en portadas como si fueran jefas de Estado; quien entendió antes que nadie que la moda no era solo ropa, sino narrativa, política y negocio.
La pregunta que queda flotando en el aire no es solamente quién ocupará su lugar, sino si es posible continuar con la marca sin intentar replicar su figura. Porque Wintour no solo dirigía una revista: dirigía un tono, una visión estética, un estándar. Su mirada no era solo editorial, era institucional. Vogue, bajo su mandato, no fue un medio: fue una autoridad.
Su salida, sin embargo, también abre posibilidades. ¿Qué pasaría si la revista dejara de mirar desde arriba y comenzara a explorar desde los márgenes? ¿Si el lujo dejara de ser jerárquico y comenzara a ser más transversal, más narrativo, más político incluso?