
La maison francesa aterriza en la capital mexicana con una visión que transforma el lujo en lenguaje conceptual
El silencio elegante y subversivo de Maison Margiela acaba de hacerse audible en Ciudad de México. Con la apertura de su primera pop-up store en El Palacio de Hierro Polanco, la maison liderada creativamente por John Galliano marca su entrada oficial al mercado mexicano, donde lo efímero del montaje dialoga con lo permanente de su impacto.
La experiencia Margiela no llega a México con timidez. El espacio temporal, curado con precisión visual, expresa el ADN de la firma: deconstrucción como estética, anonimato como poder y artesanía como gesto radical. Las prendas expuestas, desde los clásicos abrigos con costuras expuestas hasta los accesorios que se sienten casi escultóricos, invitan al visitante a entrar en una conversación más que en una tienda.
Pero esto es apenas el inicio. La llegada de Margiela a México forma parte de una estrategia más amplia del grupo OTB —también propietario de Marni, Diesel y Jil Sander— que incluye una expansión regional a través de múltiples puntos de venta y tiendas monomarca en ciudades clave como Monterrey, Guadalajara, Puebla y Cancún.
En el caso específico de Margiela, la firma ya confirmó que en los próximos meses abrirá un espacio exclusivo para su línea masculina en el mismo recinto, y antes de que termine el año, una boutique permanente dedicada a su colección femenina. La decisión no es caprichosa: México se consolida como uno de los mercados más activos y receptivos del lujo conceptual en América Latina.
Más allá del comercio, la llegada de Margiela tiene un impacto cultural. Representa la instalación de un lenguaje visual profundamente europeo —minimalista, crudo, casi clínico— en el contexto vibrante y emocional de la Ciudad de México. Y en esa tensión, hay creación.
Margiela no viene a decorar escaparates. Viene a alterar la narrativa.
En una capital donde la moda crece entre lo intuitivo y lo experimental, el arribo de una marca que históricamente ha desafiado los códigos del lujo tradicional promete nutrir el ecosistema de una nueva sensibilidad: una donde la ropa no grita, pero tampoco se calla.

