
Fallece Ozzy Osbourne a sus 76 años de edad
Por: Eduardo Menéndez Gaber
Hoy es uno de esos días en que el silencio pesa más que el ruido. Uno de esos días donde el mundo pierde un poco de su rebeldía, su locura, su magia eléctrica. Este 18 de julio, falleció Ozzy Osbourne, a los 76 años de edad, en su hogar, rodeado de su familia. Se fue tranquilo, pero su legado seguirá retumbando como un riff eterno en el corazón de millones.
Ozzy no fue solo un ícono del rock; fue el alma indomable del metal. Un hombre que desafió las reglas, el tiempo, la crítica… y hasta a sí mismo. Su voz rasposa, su mirada desorbitada, su caminar errático en el escenario, todo formaba parte de un personaje que, sin proponérselo, se convirtió en leyenda.
Tuvo una vida intensa. Dolorosa, por momentos. Gloriosa, siempre. Luchó contra sus demonios y los transformó en himnos. Nos enseñó que se puede gritarle al abismo y seguir caminando. Que se puede caer y volver a subir a un escenario a conquistar miles. Y justo hace unas semanas, nos regaló su último rugido: un concierto monumental junto a Black Sabbath y algunas de las figuras más grandes del rock y el metal. Ese fue su adiós, a su manera, con la guitarra distorsionada al fondo y miles de voces coreando su nombre.
Yo crecí escuchando su música en casa, en fiestas, en carretera. “Crazy Train”, “Mr. Crowley”, “Paranoid”, “War Pigs”… no son canciones, son cicatrices sonoras en muchas generaciones. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi en un video en vivo. Pensé: “Este tipo es puro fuego”. Hoy, ese fuego descansa, pero no se apaga. Solo podía pensar como rayos le muerdes la cabeza a un murciélago.
Lo que más me conmueve es que Ozzy se fue como muchos soñamos: en paz, en casa, con los suyos. Un guerrero del escenario que, al final del viaje, encontró calma. No todos los que vivieron tan intensamente llegan a tener ese privilegio.
Para quienes amamos la música, su partida no es un final. Es una transición. Porque Ozzy no se va del todo. Está en cada batería que suena con furia, en cada voz que se atreve a ser distinta, en cada adolescente que descubre por primera vez el poder de una buena distorsión y siente que puede con todo.
Gracias, Ozzy, por enseñarme que el rock no es un género: es una actitud ante la vida.
Gracias por tu arte, por tu locura, por tu vulnerabilidad.
Y sobre todo, gracias por quedarte para siempre entre nosotros, cada vez que el volumen sube y la sangre empieza a vibrar.
Descansa en ruido, Príncipe de las Tinieblas.
Aquí abajo, seguiremos cantando por ti.
