
Con la llegada de Alessandro Michele a Valentino, era inevitable que la casa romana se sumergiera en un nuevo lenguaje visual: barroco, emocional y profundamente teatral. La primera gran muestra de este giro estético es VAIN, la nueva campaña de la maison, que más que una serie de imágenes promocionales, funciona como una secuencia onírica entre el arte, la moda y el deseo.
Fotografiada por Sharna Osborne, la campaña es una carta de amor al exceso íntimo. Las imágenes se construyen como fotogramas de una película no contada: miradas detenidas, texturas que casi se pueden tocar, atmósferas cargadas de dramatismo floral. Terciopelo profundo, bordados imposibles, rafia tejida como memoria y estampados animales que rozan lo grotesco, todo se funde en una narrativa visual que no busca complacer, sino provocar.
En el corazón de la campaña, aparecen tres nuevos bolsos tipo Vain, verdaderos fetiches textiles que sintetizan la visión de Michele: ornamento como identidad, objeto como símbolo, lujo como lenguaje personal. Los diseños son híbridos entre lo clásico y lo visceral, con proporciones que evocan la sensualidad de lo táctil y lo coleccionable.
Esta colección no habla en susurros. Es deliberadamente exuberante. Y sin embargo, bajo la superficie del ornamento, hay una constante exploración de lo íntimo. Michele ha declarado que le interesa la moda como “terapia poética”, y eso se siente en cada encuadre de Vain: la ropa no cubre, revela. Los accesorios no adornan, enuncian.
Valentino se reinventa con fuerza bajo esta nueva dirección. Y lo hace con un mensaje claro: la elegancia no está en la mesura, sino en la valentía de mostrarse tal cual se es, incluso cuando eso significa habitar el exceso.
Con Vain, la firma no solo lanza una campaña. Lanza una declaración. Una que huele a incienso, a terciopelo mojado, a flores marchitas. Una que, como todo lo verdaderamente bello, deja rastro.







